DIABLADA
La Danza de la
diablada es una cosmovisión andina con profunda inspiración religiosa, parte
del descubrimiento de la imagen de la milagrosa Virgen de la Candelaria en la
habitación del famoso ladrón Nina Nina, probablemente en el Siglo XVIII. Virgen
que fue reconocida por los mineros de Oruro como la madre protectora del pueblo
trabajador, y bailar de diablos precisamente para no provocar el enojo del Tío
de la mina.
La imagen del
"Tío" como se denomina al Diablo, es motivo de culto en todo el
ámbito minero de Bolivia. En épocas prehispánicas, los indios Urus, de cuyo
nombre proviene Oruro, creían en la existencia de demonios era el Huari o Wari
poderoso ogro que habitaba las montañas. Según la versión de la leyenda que
refiere la intervención de Huari en los orígenes de la explotación minera:
El fue quien
convenció a la gente de que deje su trabajo en el campo y entre en los
socavones para encontrar las riquezas que él tenía allí depositadas. Se
alejaron de la vida virtuosa, del cultivo de la tierra para llegar a las
borracheras y orgías con su riqueza mal ganada en las minas. Luego llegaron una
víbora monstruosa, un lagarto, un sapo, y un ejército de hormigas, todas dispuestas
para devorarlas. Todos fueron heridos con rayos mientras avanzaban hacia la
ciudad, cuando uno de ellos invocó a la Ñusta, la virgen Inca, luego
identificada con la Virgen del Socavón, convirtió estos animales en graníticos
cerros tutelares, y a las hormigas en pequeñas dunas de arena.
El drama de
salvación es representado en carnaval con cientos de bailarines disfrazados de
diablos que invaden las calles de la ciudad.
Este relato nos
informa de la índole de Huari, el demonio de las montañas, y de su vinculación
con la minería; su poder sobre los animales y su debilidad frente al poder de
la Ñusta. Pero también explica fundamentalmente el origen de culto a la virgen
del Socavón. El sincretismo religioso entre ambas deidades es evidente y lo ha
sido bajo otras formas en muchos lugares de América.
Datos
y consideraciones en torno a esta danza
La escritora doña
Julia Elena Fortún en su libro “La Danza de los Diablos” (año 1961), llega a la
conclusión de que “en el aspecto temático del mito, se nota la hibridación de
conceptos teológicos católicos con la teogonía prehispánica”. Efectivamente el
mito de la Diablada es un producto híbrido, una mezcla de dos creencias de
distinto origen del mismo sujeto diabólico. Escribe que la más antigua noticia
referente a danzas representativas y farsas espectaculares, data del año 1150
en ocasión de las fiestas nupciales del Conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV
con la hija del Rey de Aragón Ramiro el Monje. Luego indica que en dicho
festival se presentó una farsa en que un grupo de diablos capitaneados por
lucifer, lucha en duelo de palabras y en forma coreográfica contra otro de
ángeles dirigidos por el Arcángel San Miguel.
Según Mila y
Fontanals: quien dice que el actual Ball Des Diables de Tarragona tiene
relación con la antigua danza de los siete pecados capitales en la que los
vicios luchan en dialogo con una dama que es la virtud.
En el mismo libro,
la citada autora expresa: “Que en el aspecto de la Farsa Dialogada o relato. La
diablada tiene su origen en los entremeses catalanes del Siglo XII”: El Ball
Des Diables y el de los Siete pecados convertido este último solo en folklore
histórico en España.
El tema de los
siete pecados capitales es netamente católico y fue traído por los
conquistadores, pretendiendo reemplazar a aquella trilogía quechua: "Ama
Sua, Ama Kella, Ama Llulla". Por su importancia es menester citar: al cura
Ladislao Montealegre párroco de Oruro en 1818 u otro sacerdote boliviano
escribió el "relato", que representaban los diablos altiplánicos, hasta
que en el año 1945, aproximadamente, el escritor y folklorólogo Rafael Ulises
Pelaez los aderezó dándonos el relato.
Fue largo, para la
mente aborigen, concluir que el espíritu de los socavones toma su forma
corporal en ese ser estrambótico, con cuernos descomunales, armado de un
tridente y cuyos ojos despiden chispas de fuego, imagen clásica del diablo. Y
el indio, supersticioso como era y sigue siendo, creó la figura del “Tío”, que
entroniza a la entrada de las minas en Bolivia, y a cuyos pies, cada montaña,
deja sus ofrendas de coca y alcohol.
Para el mitayo
(viejo indio metalurgo preso a su sino secular en el subsuelo), la figura del
“Tío” pasó a ser la potestad visible que rige el destino de las galerías
subterráneas. Pasó el dueño todo poderoso de la plata, el estaño, y los otros
metales, tan dueño que era capaz de extinguir o prodigar las vetas, según sea
para el mala o buena la conducta de “sus hijos”.
En el Siglo XVI,
con el mito mefistofélico nació en la ciudad boliviana de Oruro el ritual
coreográfico que se conoce con el nombre de la DIABLADA.
La danza de los
diablos ha sido convertida por el entusiasmo del pueblo en una verdadera parada
coreográfica que invade las callejuelas y se remansa en los plazones del
pueblo. Su música irrumpe jocunda, en ritmo musical, alternada por espacios en
tono menor que da lugar al dialogo en que, con gesto heroico, se enfrentan los
figurantes. Su melodía, entusiasta y contagiosa, ha conseguido avanzar desde
los cerros y las chozas de piedra, hasta los grandes salones urbanos.
Se dice que cuando
un malhumorado genio subterráneo perjudicaba la faena de los mineros haciendo
desaparecer las vetas del metal, estos invocaban la protección divina, veían a
esa virgen ahuyentar, más repuesto del terror, los obreros pudieron con fe,
retomar al interior de la tierra.
Desde entonces el
festival vino a ser organizado mímicamente al servicio de la campaña
catequística y los figurantes pasaron vestidos con los atributos de Lucifer,
Satanás o Belcebú, de conformidad a la estampa renacentista.
Hoy la diablada es
el ejercicio pedagógico desprendido del relato bíblico. Es una operación
rítmica recuperada de su antigua esencia y sujeta a reglas rigurosas. Con
visajes, secuencias de movimientos y multiplicidad de personajes, puesta su sentido
al servicio de la adoctrinación religiosa.
En su etapa de
adaptación bien pudo la Diablada ser uno de aquellos numerosos autos de fe, o
uno de aquellos instrumentos usados en las grandes cruzadas del cristianismo.
Sea como quiera, la danza se ha extendido a todas las comarcas del altiplano
andino adquiriendo su mayor brillantez cuando son ejecutadas en su ambiente,
junto a los socavones del estaño.
Personajes
de la danza
Arcángel
Miguel.- Personaje
principal de la diablada, encargado de conducir, como guía central, a los
diablos en su lucha tenaz entre el bien y el mal, líder de las huestes
celestiales y auténtico triunfador en su batalla por desterrar la soberbia,
maldad, lujuria, gula y otros pecados capitales y, aplacar la rebelión de los
diablos, en una acción solitaria contra sus fuerzas malignas; lleva un casco
metálico, cabellera larga, blusón, faldellín con dos alas en la espalda, va
munido de espada, escudo y yelmo. Sus colores preponderantes son el blanco, el
azul y el celeste, el yelmo es dorado y también el mango de la espada. Llevan
medias blancas botas en blanco y rojo, guantes blancos.
Lucifer.- Figura central de la diablada considerado el señor de la perversidad,
que goza de poderes especiales. Se distingue del diablo porque lleva una capa
lujosamente bordada con hilos multicolores y adornada con piedras preciosas,
utiliza una pechera y pollerín, además de la careta negra con sapos y lagartos
y otros animales de la brujería nativa, con una corona que expresa que es el
Rey de la diablada. Se lo conoce también como Luzbel y elegante príncipe de los
ángeles rebeldes.
La
China Supay.- Mujer del
diablo; luce polleras verdes, amarillos y rojas, con caretas sensuales, llevan
las botas altas con taco y cerradas en la parte delantera, lleva peluca femenina
con trenzas, una corona. En la mano un cetro. Este personaje femenino
antiguamente era representado por un hombre que bailaba de China Supay. Su
participación en la danza le da un giro especial puesto que derrochando gracia
y donaire, le da la pincelada de entonación y variedad.
Satanás.- Su indumentaria análoga a Lucifer
aunque de menor categoría, su máscara tiene una corona de menos puntas. Además
una falda corta en lugar de pollerín de hojas.
El
Oso.- Es un personaje
ideal de esta danza, son los traviesos osos que hacen las delicias de los
espectáculos, su principal tarea es abrir campo a la multitud que se aposta en
espera de la danza y sacar a bailar a la chicas.
El
Cóndor.- Siendo el cóndor
la divinidad mayor entre las aves sagradas, está relacionada con el mundo de
arriba, que es espíritu mensajero de las montañas azuladas de donde se extrae
el estaño. La figura del Cóndor, constituye un motivo de atracción porque con
su cansino paso, imprime directrices de disciplina coordinando las mudanzas y
figuras dancísticas, insuflando un hábito de evocación ancestral, que tiene
connotaciones y perfiles propios que arrancan de la inmemorialidad, lleva
careta y plumas de cóndor.
Diablos.- De horripilante faz, coronados de
bichos infernales, forman el grupo mayor de danzarines, con pañoletas
flotantes, ricamente bordadas con pedrerías e hilos de oro y plata, lleva
careta de diablo, camiseta de algodón de mangas largas y de color blanco y
buzo. Pechera bordada, fajero bordado en planta ornamentada con pedrería y
aditamento de monedas pegadas al fajero, pollerín dividido en cinco faldellines
(faldines) medias, botas blancas, ribeteadas de rojo, llevan en la espalda uno
y más pañuelos a manera de capa, bordados de dragones chinos, reptiles, guantes
blancos en las manos, llevan en la mano una víbora o pañuelos de colores, en
las botas lucen una gran espuela roncadora, generalmente de plata.
Coreografía
Las diabladas son
varias y de cada una de ellas está compuesta por gran número de participantes,
las más famosas son: Urus, Ferroviaria, Fraternidad.
A la cabeza marcha
el Arcángel Miguel vestido con ropas celestiales y munido de Yelmo, espada y
escudo de Corte medieval, luego le sigue Lucifer y a este el diablo, acompañado
de su diabla o China Supay.
A continuación hacen su ingreso los diablos, trazando los movimientos de una coreografía muy bien ensayada y coordinada, los bailarines saltan, giran, avanzan y retroceden sin cesar un instante, a pesar de la pesadísima carga de sus disfraces y máscaras del tiempo que llevan danzando antes de iniciarse la danza. Es un espectáculo de gran fascinación.
A continuación hacen su ingreso los diablos, trazando los movimientos de una coreografía muy bien ensayada y coordinada, los bailarines saltan, giran, avanzan y retroceden sin cesar un instante, a pesar de la pesadísima carga de sus disfraces y máscaras del tiempo que llevan danzando antes de iniciarse la danza. Es un espectáculo de gran fascinación.
La coreografía de
la diablada encarna un verdadero significado exigiendo las figuras que hacen
una perfección y armonía en los movimientos del conjunto de danzarines para
interpretar las diferentes figuras. El paso del diablo. El Ovillo, la Estrella
de cinco puntas o firma de diablo, la cadena, y por último las escuadras de
invasión, significan la organización con la que los diablos, por mandato de
Satanás, deben invadir la tierra formados en dos hileras, los cuatro primeros
de cada hilera inician la danza de formación de cuatro en cuatro y se
desconcentran en la misma forma.
El
Relato
Algunos autores
suponen, que las diabladas tendrían su origen en la representación de autos
sacramentales, que se efectuaban ante los indígenas con fines didácticos y
doctrinarios. Habría existido; por lo tanto, un auto sacramental que narraba el
enfrentamiento del Arcángel Miguel con el Diablo y los siete pecados capitales.
El relato tiene los
siguientes momentos arguméntales: El Arcángel Miguel representa la paz y el
bien. Lucifer, la maldad y amargura. Ambos se enfrentan apoyados por sus
respectivas legiones de Ángeles y demonios. La primera escaramuza arroja un
resultado victorioso para Lucifer. La segunda batalla es oral entre Miguel y
Lucifer.
Derrotado en este caso
Lucifer, quien confiesa humillado sus pecados. Después Miguel derrota uno a uno
los siete pecados capitales. Estos son; la Soberbia, la Avaricia, La Lujuria,
La Ira, La Gula, La Envidia y la Pereza. A cada uno de ellos Miguel derrota con
la enunciación de la virtud contraria.
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